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Es fundamental reconocer la pluralidad de nuestra convivencia social. “No Mataras”

Alfonso J. Valenzuela Aguirre.

Stgo, agosto de 2021.

En esta breve reflexión me pregunto por la función de los “dispositivos de sentido” en el contexto que hoy nos encontramos dialogando sobre los principios de una nueva convivencia social, que se expresarán en una nueva Carta Constitucional. Este contexto necesariamente nos coloca de una perspectiva intercultural de las creencias, religiones y espiritualidades, ya que nuestra mayor transformación social y cultural ha sido el paso de una sociedad monocultural a una pluralidad intercultural. Sólo pretendo llamar la atención sobre el valor de la persona humana en un contexto de transformaciones en que debemos discernir su valor en nuestras acciones cotidianas. No tendremos un verdadero desarrollo humano sino sabemos construir la paz, ya que ella es expresión de relaciones basadas en los valores de la justicia, la libertad, del diálogo y de la inclusión. No es difícil creer que el que desprecia y excluye al “otros”, quiere la paz.

Una función fundamental de los “dispositivos de comprensión simbólica”, como son la religión, los sistemas filosóficos, éticos y conviccionales es mantener la estabilidad,  la vigencia y sustentabilidad de la vida social en todas sus dimensiones; para ello, estos dispositivos, cumplen con la función de reforzar, mantener y develar los valores culturales que hacen posible las relaciones humanas dialógicas, distribuyendo los derechos y deberes en forma justa , es decir, con equidad e igualdad.

La distribución justa de las condiciones de posibilidades para el desarrollo personal y social en pos de un proyecto vital y dignificador se realiza a través del dialogo. No puede sostenerse un diálogo para dignificar la vida humana, cuya premisa esencial es excluir las creencias y convicciones. Si no dialogamos con ellas, no dialogamos con la persona humana. Nuestro principal desafío es el encuentro “con otros distintos a mí”. Por eso, el punto de partida de todo dialogo es asumir los sentimientos, las creencias y convicciones del otro. Dignificar al otro es reconocer sus historias, sus dolores sus vulnerabilidades y sus esperanzas. Es respetar sus propias formas de “hacer” posible la dignidad humana. Por el contrario, no se construye la paz excluyendo del dialogo, cancelando ideas, marginando creencias, obligando al otro a transformarse en el espejo de mis propias limitaciones, miedos e incapacidades. Los dispositivos de sentidos trascendentes y cosmologizadores con que hoy cuenta nuestro país, pueden ser un impulso para ver la vida humana más allá de mi propia historia.

Los dispositivos de sentido desde este punto de vista contribuyen a conocer, valorar y significar la realidad humana, nos permite centrarnos en los valores superiores, en aquello que nos hace iguales y que nos impone el rostro del otro como el valor fundamental de la convivencia: la filosofía nos dirá “que no le hagamos a otros lo que no quieres que te hagan a ti”, las religiones orientales nos introducirán en el valor de la “compasión”, los pueblos originarios nos enseñarán el “valor de la armonía” con la naturaleza como fuente de vida para la humanidad. El cristianismo tendrá el desafío de hacer realidad la convicción de sus primeras comunidades: “Todos somos iguales”. Quién puede afirmar que algo de esto o de lo mucho que habita en sus sabidurías puede quedar afuera cuando se trata de dignificar al ser humano.

Sin embargo, en algo tenemos que llegar a acuerdo. Todas ellas dicen: “No matarás”. No matarás el cuerpo o el espíritu del otro; no matarás a sus dioses o sus valores; no matarás sus tradiciones o sus creencias. No matarás sus anhelos y sus aspiraciones. No matarás la compasión o la misericordia. No matarás al medio ambiente. No matarás a la mujer, al desvalido, no dejas solo al anciano o despreciaras el lamento del pobre. No destruirás su hogar. O dejarás desierto, sin agua, sin vegetación las tierras que tu hermano necesita para habitar.

La paz no se crea desarrollando Zonas ecológicas humanas y naturales de sacrificio.

            Muchos podrán decir que son ideas irrealizables, que son mitos sin sentido. Pero eso no es verdad. Nuestra realidad está llena de valores, los cuales debemos cambiar: Chile ha construido sus propios valores, los llamados “mitos seculares modernizadores”. Estos mitos produjeron grandes cambios culturales devenidos de la introducción del libre mercado: Se mercantilizaron las relaciones sociales y de los bienes culturales. Se mercantilizaron las relaciones entre el Estado y los ciudadanos y de “todos” contra todos”. Nuestros mitos han instrumentalizado a la persona humana. Se sobrevaloró el individualismo del “sálvese quien pueda”; la persona solo vale en cuando produce “consumo”. Para muchos,  se valorizó la violencia con sus variadas expresiones: justificación de la pobreza, el abuso cotidiano, la denigración, la delincuencia y la droga. Se permitió el abuso del poder por el poder, como es, por ejemplo, la corrupción. Muchos quieren el poder sólo como una forma de quitarle libertad a otros y de imponerse por la fuerza. El poder real o simbólico modernizador ya no construye el bien común, no otorga justicia, no protege al injustamente tratado.

Nuestros “mitos modernizadores” podrán estar basados en muchos conocimientos filosóficos y científicos, pero les falta mucha sabiduría.  No respetan la vida de las mujeres (violencia intrafamiliar), en el trabajo, en la vida pública o los tribunales de justicia; a la infancia se le ha invisibilizado, permitiendo con ello todo tipo de abusos. Hay tantos compatriotas que viven apenas para la subsistencia, sin salud, educación o pensiones dignas. Todo esto debe llamar a la conciencia del “No matarás”.

Nuestros mitos modernos transformados en valores son inertes a la imposición de arbitrariedades. Nuestra convivencia la hemos realizado en base a valores. Desgraciadamente muchas veces en el silencio de los dioses y de la honestidad que le debemos a nuestra conciencia.

La verdad es que hemos cambiado unos valores por otros, hemos cambiado el valor de la vida por la violencia, la vivienda digna y con espacios públicos, por los guetos urbanos, la educación para ciudadanos, por la instrucción para las capacidades laborales. Nuestros valores crearon zonas de sacrificio. Pensamos que la democracia era votar y entregamos a muy pocos la libertad de constituirnos ciudadanos. Cada uno tiene sus ejemplos. Todos podemos reconocer que los valores con los cuales nos miramos, nos validamos (o nos desvaloramos) y nos relacionamos, nos cambiaron y ahora no reconocemos nuestros rostros, nuestras historias y nuestras relaciones cotidianas como espacios de dignificación. No hay falta de valores. Nuestros valores ya no nos ayudan a reconocernos. No son fuentes de dignificación.

Los mitos valóricos de la modernidad chilena han producido desigualdad en las experiencias “dignificadoras de la vida humana”. Chile ha reclamado a partir del 18/10 del año 2019 un trato de igual dignidad. Este es el gran desafío de nuestra convivencia actual, promover una cultura de la dignificación humana, que nos incluya a todos. Necesitamos cambiar los presupuestos éticos/religiosos y filosóficos desde una visión del ser humano depredador que puede explotar para su propio beneficio a la naturaleza y a otros seres humanos a una convivencia donde la persona y la comunidad sea el centro real del desarrollo de la vida sustentable. Sino cambiamos nosotros, nuestros valores no cambiarán.

            En este contexto necesitamos trabajar por una convivencia intercultural de las religiones, creencias, espiritualidades, sabidurías ancestrales y filosofías, que nos ayuden a rescatar desde una variedad de fuentes los saberes/sabios que signifiquen y orienten nuestras relaciones sociales desde un “híper bien”, para el bien común de toda la vida humana. Un híper bien que de fundamento a relaciones humanas complementarias, alternas y reciprocas. Necesitamos construir “proximidad” con los otros lejanos.

            Necesitamos aprender a convivir en una pluralidad de mitos (seculares, religiosos, ancestrales), para construir un sentido común que nos ayude a comprender la sacralidad de toda la vida sintiente, comprometiéndonos a sostener las condiciones de posibilidad para un desarrollo sustentable. La vida de los “próximos” no es recurso para mantener un estado de convivencia injusto.

Para ello, propongo las siguientes claves para este dialogo, que nos enseñan los sabios de todas las religiones[1]:

  1. Compartir nuestras experiencias y saberes dialogalmente. Deschando las estrategias diológicas competitivas y reduccionistas de la realidad humana. Hay que multiplicar las epistemologías.
  2. Compartir plenitudes y no totalidades.  Esto es resaltar el mensaje antropológico central que contienen las religiones, espiritualidades y sabidurías, profundizando en los valores religiosos, develar su espíritu e intención. El diálogo entre religiones debe darnos la capacidad de conocer la revelación que hay en ellas y el bien que busca para la persona humana y sus relaciones.
  3. Diálogos que reconfiguran las propias visiones respetando las propias identidades; que amplía las propias visiones, y produce capacidad relacional, produce capacidades prácticas de acciones justas y plenas; que crean nuevas formas de vida, y relaciones creativas, vivificadoras.
  4. Renuncia al dogma, en bien de las sabidurías o sentidos de vida. Priorizar la relación reciproca y complementaria.
  5. Legitimidad de la propia identidad y del lenguaje. Develando y expresando las revelaciones que hemos recibido de nuestras propias religiones, creencias y sabidurías, siempre abiertas al dialogo/dialogal.
  6. Aceptar las contradicciones textulales, prácticas y éticas en el actuar de las otras creencias. El otro no es fuente de violencia o desequilibrio de la propia forma de vida.
  7. Respetar las formas, lenguajes y prácticas  desde las cuales se interpretan las relaciones con lo divino, sin asimilarlas o quererlas reinterpretar de mejores maneras, o de la manera correcta desde las propias visiones.
  8. Releer nuestras configuraciones cosmovisionales, sin dogmatizaciones.
  9. Buscar el bien supremo de la comunidad humana y la biodiversidad. El bien supremo está en las relaciones humanas que dan vida, sostienen la vida. Son las que buscan el híper bien de toda la comunidad.

Creo, a modo de conclusión, que aprender a beber de las revelaciones y sabidurías de variadas fuentes, integrando, complementando y ampliando el significado del “Híper Bien” deseado es fundamental en un mundo plural. Nosotros tenemos mucho que aprender de la visión ecológica y filosófica, y de las teologías pluralista, de las tradiciones religiosas ancestrales, de las religiosidades populares, para reubicarnos más armónicamente en la realidad humana. Aprender a renunciar al ego y el deseo de poder, para dar lugar a la compasión y a la solidaridad es el camino de la paz. Si nuestra alma está llena de nosotros mismos. No pondrá en ella el rostro o la voz del otro próximo que es más cercano o más lejano.

Por eso, me parece que abrir los horizontes de nuestras creencias y convicciones es un buen inicio para este camino dignificador que nos aporte el dialogo compasivo por la paz.  Definir nuestros desafíos convivenciales desde un “Híper Bien“ nos abrirá a relaciones más cordiales en un proceso que necesariamente pasa a través de la igualdad creacional de la que todos somos herederos.


[1] Decálogo para el dialogo por la Paz, Pannikar R.

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